Si en el entusiasmo del inmediato posconcilio algunos buscaban distinguir entre la Iglesia del Vaticano II, y la de Trento y Pío X, el P. de Lubac hace notar que hay, al menos, un abuso en el lenguaje, acusando las discontinuidades en detrimento de lo esencial, que permanece. Más grave aún para él, es el considerar el Vaticano II como un punto de partida absoluto, que haría inútiles las enseñanzas anteriores. H. de Lubac es perfectamente consciente de que esta actitud y este lenguaje corren el riesgo de ser un menosprecio por el principio mismo de la Tradición.