Los saltimbanquis recrea, de manera extraordinaria, el mundo empresarial de nuestros días, un mercado deshumanizado en el que casi todo está en venta. Describe un microcosmos asfixiante donde la traición, las zancadillas y el arribismo campan a sus anchas: “Quizás la ambición era idéntica a la necesidad que el drogadicto siente de aumentar cada vez más la dosis”.
Alcohol, estupefacientes y fiestas son testigos de las artimañas que emplean y de los acuerdos que cierran los numerosos títeres que deambulan por un paisaje artificial de frías salas de reuniones y despachos impersonales.