Solo un intelectual de primer nivel podía ser capaz de escribir un sólido y profundo tratado sirviéndose de la fina ironía. Jean Guitton lo consiguió a través de Mi testamento filosófico, en el que pone forma y contenido a su propio entierro a través de diálogos con personajes a los que trató –san Pablo VI o el general Charles de Gaulle– con otros a los que por obvias razones biológicas no pudo conocer, como El Greco, Dante Alighieri o Blaise Pascal