Los Evangelios fueron escritos en griego entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era, es decir, unos 35-70 años después de que Jesús de Nazareth muriera clavado en una cruz fuera de los muros de Jerusalén, en una colina conocida como Gólgota. Sin embargo, antes de que Mateo, Marcos, Lucas y Juan narraran por escrito la pasión y muerte de Cristo debió de existir un relato primitivo en arameo que se transmitía oralmente sobre aquellos hechos. Así al menos lo cree José Miguel García Pérez, experto en el estudio del sustrato semítico en el Nuevo Testamento, que en « La pasión de Cristo. Una lectura original» (Editorial Encuentro) rastrea esas huellas de arameo en los textos evangélicos.