En lugar de restañar heridas, la Primera Guerra Mundial laceró y mutiló a los estados y las naciones, diseminando tensiones, rencillas y revanchismos por doquier; en vez de sofocar los contenciosos, los multiplicó y los hizo aun más explosivos. Debía conducir a una paz duradera; derivó en cambio en un clima de extrema beligerancia social y política, sembrando las condiciones propicias para una tormenta perfecta. La PGM emponzoñó el alma de Europa, incitándola a actuar en lo sucesivo como si la fatalidad señalase el curso de la historia, o como si nada se pudiera resolver sin recurrir a las medidas más traumáticas.