No estamos meramente ante una recopilación de horrores, sino ante una potente reflexión que delinea un estilo propio con unos rasgos bien definidos. Empezando por la exhaustiva documentación, que no excesiva. Rodríguez de la Peña no tiene prisa, no da pasos en falso, acumula pacientemente evidencias, las va exponiendo explicándonos su contexto… pone las bases de su edificio con cuidado y prolijidad.