Las novelas de O’Connor son un milagro. Leer sus cuentos supone una transformación. Recuerdo con especial emoción la lectura de Un hombre bueno es difícil de encontrar: un preso fugado que asesina a toda una familia para averiguar si la vida vale la pena. En otro de sus cuentos, una granjera delante de una pocilga llena de cerdos, ve el final de los tiempos; un niño maltratado que pone su esperanza en las promesas de un predicador loco; un pobre diablo que hace descansar su identidad en el tatuaje que se hace en la espalda, o un nieto y su abuelo que se reconcilian ante la visión de la estatuilla rota y maltrecha de un negro artificial. El negro artificial.