La obsesión por la búsqueda de la felicidad lleva a no saber encajar ni el fracaso, ni la derrota, ni muchos menos el dolor y la muerte. Pero, por suerte o por desgracia, todo llega y la nostalgia y la tristeza suelen ser compañeros habituales de la vida en muchos momentos. Por eso, como opina Díaz, hay que aprender también a naufragar.