«La cuestión central que recorre toda la obra de Brague la podemos formular así: ¿Por qué nos resulta tan difícil, a nosotros, que somos la primera generación que cree haber sobrevivido a sus dioses, ser nihilistas a tiempo completo? Una vez muerto Dios debiera haber desaparecido el miedo, pero sospechamos que el diablo aún sigue vivo y notamos que la fe siempre tiene hambre. Ya no creemos en el hombre, pero nos asusta el antihumanismo; no nos entendemos como herederos de la Ilustración, pero sospechamos que la antiilustración puede ser una forma de barbarie; no queremos ser santos, pero no podemos vivir sin considerarnos portadores de valor».