Lo que en otro tiempo fue una apacible y tranquila ciudad se convirtió automáticamente en un páramo de fuego, cenizas y cadáveres. Takashi Nagai, radiólogo converso al catolicismo, estaba en el hospital cuando recibió el impacto, al que sobrevivió. No fue el caso de su mujer Midori, de la que solo quedaron sus huesos asociados a un rosario que probablemente rezaba en el momento de la explosión. En cuestión de minutos, su vida, su familia, su hogar e investigaciones se habían transformado en polvo. Pero Nagai sabía que el escenario que contemplaba distaba de ser lo que parecía un auténtico infierno. En él permaneció la esperanza. Una virtud que comenzó a cultivar años atrás, cuando abrazó la fe.