Encerrado en su «mediocridad», el joven cura de Ambricourt no se siente capaz de oponerse al mal que ve en sí mismo y en los demás.Pero descubrirá que la grandeza de la Iglesia no depende de la brillantez de sus miembros, sino del triunfo del Resucitado que se refleja en los suyos, los más débiles, los pequeños como él, y que sólo quienes tienen la sencillez que da el espíritu de infancia pueden reconocer.