Cristina, hija de Lavrans/1: La corona
La verdadera fuerza reside en los ríos: ellos son los que, acumulando y volcando sobre sí la vida que encuentran a lo largo de su curso, al final llevan al mar. Así es esta novela de Sigrid Undset, premio Nobel de Literatura en 1928: pide al lector que navegue por ella como por un gran río. Desvelará su fuerza poco a poco, su plácida potencia no desilusionará al viajero de corazón aventurero. La lectura, como toda gran obra maestra, reservará el gusto por saborear el mar abierto.
Ambientada en el siglo XIV noruego, Cristina, hija de Lavrans representa una época en la que el exceso, el pecado, el dolor, el amor y toda la gama de sentimientos y acciones humanas pueden ser comprendidos, juzgados y corregidos desde una estima grande y positiva hacia la humanidad real. El rico y variado fresco de personajes por el que se mueve la existencia de Cristina sería, sin la presencia del cristianismo, sólo un teatro de violencia y de superchería. La historia misma de la protagonista, su descubrimiento al pasar del amor instintivo al ofrecimiento de alcance histórico general: que el cristianismo católico constituye la única alternativa verdadera a la ley de la violencia, sin censurar nada de la humanidad, de la cultura y de la situación social de la época, sino mostrando la existencia de un destino bueno para todo.
Autora
Sigrid Undset
Sigrid Undset, novelista noruega, nació en Oslo en 1882. Hija de un afamado catedrático de arqueología, de quien tomó el amor por la historia, sus obras destacaron pronto por la exactitud en la reconstrucción de la Noruega medieval. Sus primeras novelas, La señora Marta Oulie y La edad dichosa (1907), manifestaron ya su otra gran virtud: el perfecto conocimiento del mundo de la mujer. Ambas fuentes de inspiración confluyeron en su obra maestra, Cristina, hija de Lavrans, publicada en tres volúmenes entre 1920 y 1922. Le fue otorgado el premio Nobel de Literatura en 1928. Poco después de la publicación de Cristina, Sigrid Undset se convirtió al catolicismo atraída sobre todo, como dice Gabetti, por su tono general de humanidad. Fue acogida oficialmente en la Iglesia católica en 1925, en Motecassino, a la que perteneció hasta su muerte, el 10 de junio de 1949.