La familia es la alternativa al totalitarismo progresista. Cada miembro de la familia no es un clon mental, pero con diferente color —esa sería la forma de proceder de la llamada «diversidad», que, en realidad, no cree en el pluralismo—, sino que cuenta con una especificidad querida por Dios y aceptada por los padres y hermanos. La singularidad es inherente al ethos cristiano. Por otra parte, la familia se fundamenta en un sacramento. De ahí que el hogar sea, o deba ser, un templo. O, en palabras de Dreher, un «monasterio doméstico».