Como sucedió en la época de San Francisco, los cristianos podemos olvidarnos del Evangelio por dejar de escucharlo, o podemos traicionar los gestos misericordiosos de Dios hacia nosotros al dejar de conmovernos y agradecerlo. Entonces Dios grita de nuevo sus viejas palabras, visibiliza sus añejos gestos… en la carne de los santos, en su voz y su figura, para que otros podamos volver a escuchar y contemplar.